lunes, 16 de noviembre de 2009

Cuentos para noches avanzadas

Huyéndo de ovejas asesinas, si no podeis dormir, os contaré un cuento.
Un cuento al borde de vuestra cama, mientras, sólo si lo pedís, os acaricio el pelo y vosotros cerrais los ojos.

Es éste el cuento de Marquelicia en el país de las maravillas. Era ella una niña sencilla, entre semana iba a la escuela al gran pueblo de Saint Lucas, pero todos los fines de semana volvía al pequeño cortijo en el que creció. En él pasaba el tiempo, rodeada de naturaleza, alejada del ruido, disfrutando de un lugar tan hogareño. El fuego siempre encendido y leche con miel calentita. Una tarde de domingo, tal y como otras tantas, Marquelicia se encontraba fuera de la casa, jugando entre las flores del jardín, descubriendo nuevos rincones del mismo.
Fue durante esta exploración cuando escuchó en la lejanía los acordes de una guitarra, atraída por la melodía, se acercó al punto del que provenía la música, tranquilamente, relajada, disfrutando de cada nota, arrastradas por el viento en el remolino de colores que formaban, y se hacían cada vez más fuertes. Al llegar a ese sitio, tuvo que apartar las ramas de un arbusto para descubrir con asombro un conejo morado tocando una guitarra diminuta en un claro del jardín de su cortijo.
Asombrada, se quedó unos segundos inmóvil, al cobijo de las ramas, observando a esa pequeña criatura entonar canciones tan dulces. Fue al cabo de un momento cuando se dio cuenta de otro de los hechos que más llamaba la atención de ese conejo, a parte de su tremenda habilidad con las cuerdas (tanto vocales como las de la guitarra), era algo que le diferenciaba de todos los conejos que Marquelicia había visto en la tele y en los libros. Y es que su pelaje no era marrón, ni negro. Ni si quiera era un conejo blanco, se trataba éste de un conejo morado. Morado y cantor.
Y precisamente en el momento en el que ella se había decidido e iba a darle la bienvenida a su cortijo, el Conejo Morado miró un reloj y echándose a correr exclamó "Las diez! Las diez! Llego tarde a clase de yoga!" Marquelicia quería dejarle marcharse tan pronto, ella quería escuchar otra canción antes de irse a dormir, así que decidió perseguirlo e invitarle a quedarse, por lo que siguió el camino por el que el Conejo se había escapado.
Aunque cercano a su casa, el bosque era desconocido para Marquelicia, que no tardó en perderse entre los arboles y la oscura noche. Desorientada, se tropezó contra un tronco de árbol caído, cerró los ojos esperando el impacto contra el suelo. El dolor en su cara. Pero éste nunca llegó.

Cuando volvió a abrirlos se encontró descendiendo en picado hacia el vacío. En un pozo sin fondo. Debió caer en un agujero hecho en el suelo.
No era éste, sin embargo, un pozo común. Aun después de minutos cayendo seguía siendo incapaz de ver un atisbo del final (hecho consolador), y de su pared colgaban y vivían todo tipo de objetos y criaturas extrañas. Éstas le hablaban y la señalaban con exclamación, pero al ser su caída constante, nunca conseguía descifrar qué es lo que estas criaturas estaban tratando de decirle. Su nerviosismo incrementaba con la velocidad de la caída de Marquelicia, y metros más tarde comenzaron a tirarle cosas, no sabía ella con qué tipo de intención, entre las que se encontraba un gigante paraguas, que agarró en su descenso, y que, a pesar de las grandes dificultades, abrió por completo, haciendo de paracaídas en el momento preciso en el que Marquelicia se acercaba al suelo, en el que posó los pies con suavidad.

Así es como comenzaron las aventuras de Marquelicia en el país de las maravillas.

L.

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